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Sunday, June 03, 2007

Introducción a la mesa "América Latina abajo y a la izquierda: las experiencias autónomas de los movimientos sociales".

Global Meeting, Venecia 30, 31 de marzo y 1 de abril de 2007.

Ángel Luis Lara

A día de hoy resulta evidente que América Latina constituye un territorio político imprescindible para entender el presente de los movimientos sociales contemporáneos y sus luchas, los contenidos que abordan y por los que se baten en sus prácticas, los repertorios de acción colectiva que activan, así como las relaciones que establecen con lo institucional en sus diferentes formas, incluidas las experiencias de autogobierno que se apoyan en dinámicas constituyentes muy otras nacidas desde abajo.
América Latina es un continente en movimiento al que hay que escuchar y leer. De México a Argentina, pasando por Ecuador, Venezuela, Brasil o Bolivia, en los últimos años hemos asistido a enormes impulsos de cambio social que han emergido desde abajo, ya sea con el epicentro puesto en sectores urbanos, campesinos, estudiantiles, indígenas o, sobre todo, espacios híbridos que han dotado de una potencia inusitada algunos de los movimientos más importantes, llegando incluso a convertirse en acontecimientos comunicativos en el mundo entero. Dichos impulsos han dado centralidad a cuestiones que rebotan por todo el planeta. Las maneras en las que los diferentes movimientos están afrontando temáticas como la democracia, los bienes comunes, la gestión de los recursos, la autonomía, los modelos de desarrollo, la acción transnacional, la creciente crisis de la representación o del Estado-nación, hacen en muchos casos de América Latina un espejo que, como dicen los zapatistas, no sirve tanto para mirarse como para ser atravesado.
América Latina es hoy un espacio continental nuevo en el interior del proceso global de reorganización imperial del mundo. Los procesos constituyentes que han nacido apoyados en el peso cualitativo de las luchas sociales que cubren el continente, están encontrando en la coyuntura global actual un factor favorable. La crisis ya más que evidente del unilateralismo norteamericano, unida al vacío real de potencia del proyecto socialdemócrata en Europa (sintetizado en los repetidos ejercicios semánticos que constituyen hoy su única táctica y que se desmoronan frente a la materialidad de sus políticas reales –véase sino el “pacifismo militarista” de Zapatero, Prodi o Bertinotti en Afganistán-), han impedido hasta el momento la concentración de dinámicas represivas a gran escala capaces de frenar la rica y agitada realidad política del continente latinoamericano. Un enclave privilegiado en el que se condensan de manera paradigmática muchas de las transformaciones que han experimentado las relaciones entre dominadores y dominados en los últimos tiempos.
Las luchas sociales latinoamericanas han desatado un proceso de disolución tendencial de todo carácter unitario y unívoco de la soberanía en su territorio y más allá, llevando a las dinámicas modernas de gobierno hasta su límite. Los sistemas rígidos asociados al ejercicio de la gobernabilidad se caen a pedazos frente a unas resistencias sociales difusas y permanentes que imponen respuestas en términos de flexibilidad y apertura. La governance, esa nueva mecánica de modulación de las relaciones de poder por parte del capital que pugna por controlar los conflictos sociales y los procesos administrativos, emerge y se desarrolla precisamente en esa crisis desatada por las luchas sociales, encontrando en el escenario latinoamericano una materialización paradigmática no solamente de su condición de nuevo campo para el ejercicio del poder, sino también para el desarrollo de la potencia de unos movimientos conscientes de que ese es el territorio complejo en el que se juega hoy la materialidad de los proyectos emancipatorios, su desarrollo, su multiplicación y su supervivencia en un régimen global de guerra que impone cada vez más un estado de excepción permanente.
El carácter ingobernable del exceso que implican las nuevas formas de subjetivación y de vida que portan en su seno muchos de los nuevos movimientos latinoamericanos explica de manera paradigmática el fundamento de la guerra de nuestros días: la histeria de los poderosos ante la excedencia colectiva que emana y se escapa por abajo desata el recurso desesperado al ejercicio de la violencia, de cuyas consecuencias dan buena cuenta los sucesos de Atenco y la feroz represión contra la “Comuna de Oaxaca”, en México. En este sentido, la governance encuentra en la realidad latinoamericana la realización de su doble cara: respuesta desesperada del poder a la crisis y, al mismo tiempo, espacio de expresión de las pretensiones de los movimientos. En el fondo, es ese carácter ambivalente de la governance como nueva forma de la crisis el que está en la base de las relaciones flexibles y conflictivas de los movimientos con las instituciones y los nuevos gobiernos surgidos en Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia o Ecuador, por citar algunos ejemplos.
Elemento determinante de esa crisis sistémica en el contexto latinoamericano es la superación por parte de muchos de los movimientos de las formas de organización del cambio social vinculadas a las viejas tipologías de la representación, los partidos y los proyectos revolucionarios ligados a la rearticulación del Estado moderno. Algunas de las dinámicas de movimiento más potentes están empujando en este sentido en Latinoamérica, liberando definitivamente los procesos de toda condición eurocéntrica asociada a las lógicas de desarrollo afines a las mistificaciones propias del liberalismo político, poniendo en jaque tanto las teorías de la dependencia y las políticas que históricamente han emanado de ellas, como la recomposición del orden a partir del modelo formal y representativo de democracia.
Mención aparte merecen los pueblos indios, que de manera más radical y creativa han abierto brecha en este sentido. El impulso democrático y la defensa de los bienes comunes que protagonizan sus luchas deben ser valorizados junto a la potente paradoja que se materializa en el hecho de que precisamente han sido los más primeros de esas tierras, los pueblos originarios, los que han inducido uno de los saltos adelante más relevantes al hilo de la apertura de una línea de fuga en el tiempo que ha erosionado decisivamente las categorías políticas propias de la modernidad. Toda una historia de resistencias, de lucha por la autonomía, de experiencias de cooperación social y democracia directa, de defensa de lo común, de conquista de autogobierno y de valorización de la diferencia. El trazo complejo de un antagonismo difuso que conviene valorizar a la hora de interrogarse sobre los nuevos vientos que agitan América Latina y que está siendo determinante en el impulso de una mutación antropológica y política decisiva de unas clases subalternas que ya no se resignan al papel de objetos de la representación, sino que conquistan y defienden su derecho a ser sujetos de expresión implicados en la constitución colectiva de otras relaciones sociales y otras formas de vida.
Lo que parece claro cuando uno bucea en la complejidad de los movimientos que se agitan abajo y a la izquierda en América Latina, es que todo intento de reducción y sujeción de las diferencias dentro de un esquema ideológico resulta una empresa imposible. La multiplicidad de luchas y propuestas, así como la creatividad política que aportan sus diferentes experiencias, no puede ser encerrada en un cuadro unitario. Quizá sea precisamente esta la novedad más importante de una vida política latinoamericana atravesada en nuestros días por una irreducible pluralidad de aspiraciones y prácticas radicalmente democráticas.
En su devenir, tres son las cuestiones que probablemente tienen un mayor interés para los movimientos a escala global a partir de las experiencias de los movimientos sociales latinoamericanos. El primero lo constituye el decisivo horizonte post-nacional que cada vez más tienen las luchas en el continente. El segundo sería cómo se relaciona la autonomía de los movimientos con los dispositivos programáticos y las dinámicas administrativas de los nuevos gobiernos que han surgido en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador o Brasil. El tercero se pregunta qué nos están diciendo las importantes dinámicas de autoorganización social que protagonizan experiencias como La Otra Campaña en México, cuando apuntan la necesidad de una praxis de defensa y desarrollo de la autonomía de los movimientos, a través de la articulación de un éxodo .



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